BEATRIZ ZAMORA: LO HUMEANTE DE LAS SOMBRAS


Laura González Matute
 
Penetrar el espacio creativo de Beatriz Zamora, resulta una experiencia nada habitual. A través del recorrido de su obra, surgen los imborrables conceptos sobre el origen de la tierra, el cómo y el porqué de la noche, la inmensidad y profundidad del abismo, el espacio sideral, el sueño. Está el terror, el miedo, lo desconocido.
Comprometida y controvertida, nuestra artista, conduce, a través de sus imponentes creaciones,  a las trascendentes interrogantes del origen.
Mujer y creadora, no transita los senderos tradicionales que le han sido designados.
Plena de inquietudes, poseedora de una inteligencia aguda y un profundo espíritu de indagación, Beatriz Zamora investiga y produce, bajo la utilización de materiales no convencionales, una obra reflejo de su exploración. 
Si alguna vez estuvo en contacto con el  óleo, el temple,  la acuarela, el acrílico, los pinceles  y  las espátulas y palpó la docilidad de las telas  y  las suaves tonalidades que se adhieren y funden en la urdimbre de los lienzos, éstos quedaron al margen de sus inquisiciones.
Para Zamora, fue la tierra, el carbón, la materia inerte y  los minerales, los que la estremecieron e impulsaron a introducirse en las inimaginables incógnitas del infinito cosmos y a crear, a través, y mediante ellos, sus inigualables producciones. Con su ruda y áspera composición, brindan, a través de su  iluminación oculta, el alumbramiento de las obras, plenas de rugosidades, formas y texturas, que inmortalizan la explosión de las concavidades celestes.
Ante los cuadros, el espectador cierra los ojos, viaja, se desplaza a un mundo inasible, para no ver, para no dormir, para soñar la soledad, la plenitud del abandono, el momento en que el inconsciente se torna origen, vivencia, totalidad, descanso. 
Las correlaciones de su mundo pétreo, mineral, telúrico, tenebroso y ancestral, se contrapone a la luminosidad que impregna el universo de sus creaciones. En la tierra encontramos la noche, en el mar: lo profundo, en el hombre: el sueño. El negro siempre está presente.
El negro está presente como vida, creación, origen. Es el útero de nuestro inicio, es ahí donde radica la integridad, donde nadie trastoca los espacios, donde ninguno perturba los límites. Es el ser con el ser en el ser, en el tornarse humano, se encuentra antes del tiempo, es atemporal, un pasajero del cosmos, imbuido de sí mismo.   
Si la obra de Zamora se caracterizó sobre todo en una amplia etapa por plasmar la grandilocuencia a través de magnos formatos utilizando materiales de las capas geológicas sobre grandes telas o madera, la incomprensión, la apatía y la  indolencia de el universo que la circunda, y que no es la primera vez que se muestra hostil con su trabajo, la obligó a abandonar su espacio de creación. Los  altos techos y paredes infinitas, quedaron cerrados. Sus obras, arrojadas a las bodegas, a través de ademanes de inconsciencia, fueron hechas prisioneras y corren el riesgo de perderse.
La indiferencia, la frialdad, la ofuscación y la ceguera de quienes cometen estos atropellos, no han impedido que la artista continúe con el ímpetu de su quehacer creativo.  Ahora, con sus innumerables dibujos, aborda el mismo enunciado que tanto la inquietó y, a través de la línea, el carboncillo y el papel, revela  universos, que bajo difuminados trazos, traducen el hollín que tantas veces desplegaron los calcinados materiales de sus cuadros.
Beatriz atrapa ahora el fluir de lo tenue de las sombras, de lo humeante, de lo fuliginoso y del residuo del carbón y las cenizas que le legaron sus creaciones. Encontramos plumíferas y evanescentes formaciones que remiten a las exhalaciones de la hoguera, del fogón, del hogar.
Su obra está viva, puede ser grandilocuente, matérica y cosmogónica, pero también, puede redefinirse a través de una estrecha hoja de papel, residuos de carbón y líneas sugestivas para aludir a los efluvios de las infinitas formaciones  ondulantes, zigzagueantes, plumíferas y circulares, con reminiscencias zoomorfas, marítimas, orgánicas, minerales y vegetales, así como poseen también alusiones sexuales y quiméricas que emergen de las cavernas subterráneas del inicio de los tiempos.
Sólo resta agradecer a Beatriz Zamora el compartir su maravilloso mundo de luces y sombras, aplaudir su ímpetu por continuar la inquisición de los paradigmas del misterio, de las profundidades de la melancolía, de la noche, del origen, y de ese negro, ese negro que es suyo, y que lo incita a sublimar la oscuridad iridiscente de sus obras.

Coyoacán,  mayo  de 2010